lunes, 30 de junio de 2014

RELATO CORTO

                                 FIESTA SORPRESA







Todo empezó con una feliz fiesta de cumpleaños. Los globos, cadenetas, las mesas decoradas y llenas de comida que cada invitado aportaba a la fiesta como señal de buena fe y amistad, todo, daba color a un día soleado y propicio para celebrar su aniversario.

Ana trabajaba en un laboratorio fabricante de cosméticos, a la salida se iría para casa como de costumbre, llamaría a su madre, que vivía sola en El Ramalero un pequeñito pueblo de apenas 150 habitantes, como hacía cada semana ( si no lo hacía se preocupaba), cenaría y se iría a la cama.

Desde que vivía en san Sebastían, Ana llevaba una existencia cómoda, muy contraria a la que tenía en el pueblo donde tenían que acumular provisiones durante todo el verano para subsistir en invierno, ya que las grandes nevadas impedían incluso salir de la casa. Ahora tenía amigos, una casa confortable y amplia, y un perrito pequeño y jugueton al que llamó como a su tío Pantaleón, estaba segura que a él no le importaría y pensó que a un perro tan diminuto le vendría muy bien un gran nombre.
Cuando llegó a casa, automáticamente dió al interruptor de la luz, pero no funcionó, extrañada pensó en alguna bombilla fundida, pero en cuanto entró en la sala, esta se iluminó como una verbena, ¡felicidades!, gritaron todos a coro. ¡Uf vaya susto!, pero la grata sorpresa borró instantáneamente esa expresión de su cara. Todos estaban allí, Lucía, Rosa y Estaban con sus tres diablillos, Fernando, su encantadora vecina Julia siempre dispuesta a cuidarla como a una hija, algunos compañeros del laboratorio, y alguien que le llamó la atención.

Era moreno de unos cuarenta años, vestido de diario, no como los demás invitados que se habían arreglado para la ocasión, preguntó a sus amigos si le conocían, unos decían que era amigo de fulanito, fulanito que era amigo de otro amigo, en resumen nadie sabía quien era y dejó de darle importancia, gran error.
Hubo un momento en que Ana salió al porche para tomar un poco de aire, para ella que nunca bebía, tres copas eran demasiado, se sentó en el sofá balancín y cerró los ojos mientras levantaba la cabeza hacia el cielo, abrió los ojos para ver las estrellas y tan sólo pudo ver aquel rostro desconocido y un pañuelo sobre su nariz, que desprendiendo un olor fuerte y doloroso, la hizo desfallecer.






Adelina, hace seis años que salió de El Ramalero, su pueblo natal, para encontrar a su hija Ana. Un día dejó de llamarla y no volvió a saber de ella, desde entonces no ha dejado de buscarla.


Escrito por Carmen Franco S. (Respetar autoría)
Imágenes descargadas de internet.

sábado, 11 de enero de 2014

RELATO CORTO


 ¡PERDONE POR EL ERROR!







¡Es la policía, abra la puerta!..

Así despertó de un salto -a pesar de sus 75 años- la señora Braquett.
Cinco agentes, con pistolas y rifles de asalto, entraron en bandada en su piso y literalmente violaron una a una cada habitación de su amplia vivienda. La pobre señora Braquett (Hilda para los amigos), después de levantarse sobresaltada, solo atinó a ponerse su bata y caer de nuevo derrotada en el sofá del salón. El registro duró cinco larguísimos minutos, y después la calma.
Dos policías, uno de ellos femenino, se sentaron a ambos lados de Hilda, que aún temblaba del susto. La agente se acercó a la cocina, preparó una tila y se la ofreció a la anciana, ella atónita y en shock tomó la taza inconscientemente.

¡A ver señora Barquett, prefiere hablar ahora o hacerlo en comisaría! -expuso el comisario.
Pero...yo... -intentó decir Hilda.
¡Lo sabemos todo, que no hayamos encontrado nada en su vivienda no la exime de su culpabilidad!
Es que...yo...no... -titubeaba de nuevo la señora.
El comisario volvió a interrumpirla, - ¿Pero no entiende que todo la acusa a usted señora Barquett!
Su desesperación llegó al límite, y en un acto enérgico la pobre mujer pudo imponer su voz y de un solo grito sentenció:
¡No soy la señora Barquett, me llamo Braquett, Hilda Braquett!. ¡La señora Barquett vive una calle abajo!
El comisario y la agente, enrojecidos por el bochorno y pidiendo disculpas, salieron por la reventada puerta.

La señora Braquett, intentó tranquilizarse con la taza de tila caliente.



Carmen Franco S. (Respetar autoría)

(Imágenes descargadas de Internet)


miércoles, 8 de enero de 2014

MICRORRELATO


UN DÍA DE PLAYA








¡Juanitoooo, este niño me va a matar, sal del agua chiquillooo!- gritaba Lola.

¡Pero mujer deja al niño tranquilo!- le replicaba su marido.

¡Que nooo, que se va muy a dentro y se va a ahogar!- volvió a gritar la desesperada madre.

¿Pero cómo se va a ahogar, Lola, si la marea está baja y no hay más que un charco? -argumentó Manolo, el padre.

¡Mira, déjame, haz el favor, que el agua es muy traicionera!  - porfió Lola.

Vale...mujer, ¿te quedas más tranquila si le pongo los manguitos y le digo que juegue en la arena?- sentenció Manolo.

…....Lola enmudeció.



Escrito por: Carmen Franco S.
(Respetar autoría)

sábado, 4 de enero de 2014

RELATOS CORTOS



ENAJENACIÓN MENTAL



¡Maldito niño!- decía por lo bajo el conductor del autobús, mientras un niño de unos cinco años y sentado sobre la falda de su madre en el asiento situado directamente detrás del sufrido chofer, daba golpecitos con una cuchara en la barra que separaba a ambos.
La madre, que sonreía y charlaba con la vecina del 5º que también venía del mercado, subió en la primera parada y su meta era la última. ¡y el niño con los golpecitos!. Aún quedaban cuatro, ¡y el niño con los golpecitos!, ...tres... ¡ y el niño sigue!, ...dos... ¡tranquilízate Paco que ya queda menos!- musitaba el hombre enrojecido ya por la desesperación... una,.. ¡por fin!.

La progenitora del susodicho personajito dijo a la vecina: ¡anda, ya se me olvidaron los melocotones!, ¿te vuelves conmigo al mercado y así nos damos otro viajecito en el autobús?, a lo que la vecina asintió encantada.

Paco, con las venas de la frente a punto de reventar, bajó del autobús y tras colocarse en medio de la autovía, dejó que un todo terreno que iba a más de ciento cuarenta se lo llevara por delante.

Una nota en el periódico del día siguiente, titulaba: “ El conductor de un autobús se suicida sin motivo aparente”


Carmen Franco  (Respetar autoría)

domingo, 24 de junio de 2007

RELATOS CORTOS

EL DESCANSO




Todas las tardes de verano sacaba una silla al portal de la calle, se sentaba y rutinariamente veía pasar a las mismas personas por delante de ella. Ya la saludaban automáticamente, estaban acostumbradas a verla allí todos los días cuando el sol se iba. Como una “buena” mujer de su casa, había estado todo el día trabajando sin parar, las casas de estos pueblos se ensuciaban continuamente, el corral que tenían en la parte trasera con cerdos, patos y gallinas no daban sólo carne y huevos, también mucho trabajo. Por eso ella cuando pensaba que ya no podía más con su alma cogía una silla del comedor, abría el portalón ya desvencijado que daba salida a la calle, la soltaba con coraje y se sentaba.
Faltaban pocos días para que terminara el verano y ya se notaba en la afluencia de gente, muchos veraneantes se habían ido y sólo quedaban los de fin de semana, y eso la apenaba un poco. Cuando llegara el otoño ya no podría sentarse ante el portalón, la oscuridad de la tarde ya se iba haciendo patente, y su marido y sus hijos llegarían antes del trabajo en el campo para cenar, por lo tanto no le daría tiempo a descansar.
Para ella la primavera y el verano habían sido siempre un aliado, las distracciones que le procuraba el día contrastaba con la soledad del otoño y el invierno. En verano solía ir algunas tardes a ver a su hermana, que aunque vivía un poco lejos, la obligaba a dar un buen paseo para fortalecer sus piernas ya un poco cansadas de tantos años y tantas horas de permanecer de pie trabajando; pero cuando llegaba el otoño, la oscuridad y las lluvias la reprimían a la hora de ponerse a andar, su hermana muy de vez en cuando le devolvía las visitas, como tenía una familia mucho más numerosa sus quehaceres no le dejaban hueco en el día. De esta manera eran muchas las horas que permanecía dentro de casa, pendiente de satisfacer los deseos de todos sus seres queridos. A veces su marido o sus hijos se acercaban, le daban un beso, y susurrándole al oído le hacían nuevos encargos. En ese instante le venían a la mente recuerdos de cuando era una chiquilla y tenía tiempo de recorrer la playa de una punta a otra todos los días. Fue un día en pleno otoño cuando realmente se dio cuenta, que apenas existía.
Su marido y sus hijos llegaban del trabajo, cuando vieron que la cena y la casa no estaba terminada como era de costumbre, le preguntaron a ella el motivo y contestó que no se había encontrado bien durante todo el día, su hijo le hizo una pregunta a la que sus hermanos y padre asintieron conforme: ¿Pero tardarás mucho en ponerte bien, para hacer la cena?_ y esperando la respuesta de la buena mujer se sentaron a la mesa.
La buena mujer comprendió que ella también se estaba deshojando, y que su marido y sus hijos no iban a hacer nada por impedirlo, así que decidió que a partir de entonces “su otoño” iba a dejar de ser triste, ya no ansiaría tanto el buen verano, conseguiría que su familia comprendiera que ella no podía morir cada verano para volver a resucitar en primavera. Así que cogió “la silla”, abrió el portalón y dejando a todos con la boca abierta y sin decir una palabra se sentó.
La mujer sonreía mientras observaba cómo, a pesar de ser otoño, la gente seguía paseando por delante de su puerta y la saludaba; creía que todo el mundo hacía como ella, encerrarse los días de temprana oscuridad para seguir trabajando, ahora se daba cuenta que no era así, los árboles aunque no tenían hojas seguían creciendo y el cielo sin el sol se veía igual de bello. Ella este otoño no moriría.


 
Carmen Franco (Miembro de Campus-Crea)

viernes, 15 de junio de 2007

RELATOS CORTOS

La casa de la calle fontana.

Un portón grande de madera noble daba paso a un enrejado negro de cuidada artesanía que entre sus garabatos me hacía imaginar mil y un laberintos.
Daba igual a la hora que entráramos, si era de día, el techo del zaguán forrado de cristaleras de colores, proporcionaban a la estancia bonitos tonos dorados que avisaban de la llegada de la primavera. Los muebles que la decoraban formaban un remolino de estilos diferentes que no por eso restaban buen gusto a sus inquilinas. El suelo, de mármol blanco reluciente daba muestras de amas exigentes en su cuidado, las paredes forradas de azulejos copados de dibujos geométricos en tonos azules y las distintas macetas de geranios rojos, jazmines y yerbabuena, el alegre toque de patio andaluz. Tanta variedad de colores me hacían desear esa visita que casi todas las semanas hacíamos mi tía y yo a casa de sus cuñadas. Cuando íbamos de tarde y el sol había dejado paso a la luna, las estrellas se reflejaban en los platos de metal dorado que colgaban de la pared.
Las dueñas de la casa, tres “cuñadas” muy amables nos hacían sentar en un sofá algo descolorido por el paso del tiempo, pero que no había perdido su incomodidad, y ante una mesita de color caoba con tapa de cristal, nos servían un delicioso jerez para la tía y un pequeño vaso de “casera” para mí. Todo en su respectiva bandeja plateada sin una pizca de sombra opaca y sobre un tapete blanco con puntillas de encaje almidonado.
Las “cuñadas”, siempre de negro o morado al igual que mi tía, lucían trajes impecables aunque pasados de época, medias negras de seda y una sonrisa en sus rostros que nunca dejé de ver en todas las veces que aquellas señoras tuvieron a bien recibirnos.
Pero había algo en aquella casa y en aquellas sonrisas que hasta que fui mayor no pude reconocer y que la admiración de niña no me dejó percibir, la tristeza.
Mientras que yo me dedicaba a saborear mi vaso de casera y a imaginar cuentos de palacio, viendo tanta maravilla junta dentro de una casa, mis siete añitos no me dejaban ver cómo mi tía y sus cuñadas al mismo tiempo que hablaban dejaban de vez en cuando verter una lágrima provocada por los recuerdos que afloraban, y cómo tras esas sonrisas que me dedicaban, sus ojos llenos de tragedia intentaban recorrer los días sin que esa tristeza saliera de aquel idílico lugar.




Carmen Franco (Miembro de Campus Crea)
13/06/07

domingo, 3 de junio de 2007

POEMAS

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS




LEJOS DE TI PERO TAN CERCA,
RODEADA DE GENTE Y TAN SOLA,
SINTIENDO AMOR SIN TENERLO.

SENSACIONES TEMIDAS POR EL CORAZÓN,
AQUELLAS QUE SE DESEAN Y SE RECHAZAN,
POR SER TAN SENTIDAS SIN TENER SENTIDO,
POR SER TAN CÁLIDAS Y FRÍAS A LA VEZ.

AMOR EN LA DISTANCIA SIN HABER ESPACIO,
AMOR APASIONADO SIN SENTIR PASIÓN,
AMOR DÉBIL QUE SE HACE FUERTE.

NOCHES LLENAS DE VACÍO,
DÍAS VACÍOS SIN LLENAR,
TARDES CORTAS QUE SE TORNAN LARGAS.

EL AYER PARECE LEJOS PERO LO PUEDO TOCAR,
EL HOY ESTÁ AQUÍ PERO SE VE TAN LEJOS,
EL MAÑANA ESTÁ CERCA PERO NO LLEGA.

Y MI CORAZÓN SABE QUE ESTÁS AQUÍ,
Y MI ALMA RECONOCE QUE ESTÁS AQUÍ,
Y MI CUERPPO SIENTE QUE ESTÁS AQUÍ,
NO HAY DISTANCIAS, SÓLO AMOR.



Carmen Franco (Miembro de Campus Crea y del Club de Letras de la UCA)